Inteligencia artificial: Las negociaciones no deben reservarse a unos pocos

Imagine, por un momento, que la humanidad tiene que tomar una decisión de enorme importancia. Me refiero a una elección con capacidad de redefinir nuestra cultura, de determinar quién es rico y quién es pobre, y de establecer el equilibrio de poder entre las empresas y los individuos en el futuro inmediato. 

Créditos: FIP.

Esta decisión puede ser la resolución de mayor envergadura y alcance de la historia de la humanidad. Una decisión que afectará a todos y a todas. 

Y luego, piense en qué tipo de persona confiaría para tomar una decisión de tales proporciones, en nombre de todos nosotros. 

¿Elegiría a Ruper Murdoch? ¿Le permitiría llevar a cabo las negociaciones en las que se basará esta decisión a puerta cerrada? 

De hecho, no hace falta que usted elija porque Murdoch ya se ha postulado para el puesto y las conversaciones empezaron hace un tiempo. 

La decisión en cuestión es la siguiente: ¿Cuál debe ser la relación entre nuestra cultura actual, -todo aquello escrito, dibujado, compuesto, cantado, interpretado y fotografiado-, y las empresas propietarias de la emergente tecnología de inteligencia artificial?

La Inteligencia artificial (AI) tiene la capacidad de absorber palabras, imágenes y sonidos a la velocidad de la luz. El reprocesamiento se desarrolla en milésimas de segundo y se regeneran "nuevas" historias, poemas, imágenes, canciones y material que combina elementos "prestados" de multitud de fuentes. La IA reproduce el proceso creativo humano, pero a escala automatizada e industrial y, a tal velocidad y alcance, que resulta difícil de conceptualizar.  

Hasta ahora, en casi todos los países, la suposición por defecto ha sido que la persona que crea "una obra", o su empleador, tiene derecho a beneficiarse de la venta de esa obra. Si escribo un artículo, puedo decidir a quién se lo vendo y por cuánto. Un pintor puede vender su pintura. Una cantante puede vender una grabación de su voz. 

Sin embargo, la IA revierte este proceso. Tan complejos son los medios por los que ChatGPX y Bard mezclan el material, que los originales en los que se basa el "nuevo" material son ininteligibles. Pero siguen estando ahí. Hasta el momento, el potencial de la IA ha suscitado tanto visiones distópicas como ‘panglosianas’ de su impacto, en algún lugar de un futuro próximo. No obstante, la semana pasada quedó claro que las conversaciones para determinar cómo se compensará a las personas propietarias de la cultura existente ya se encuentran en una fase avanzada. 

El 16 de junio, el periódico londinense The Financial Times informó de que la compañía estadounidense News Corp, el grupo editorial alemán Axel Springer, y los periódicos The New York Times y The Guardian habían mantenido conversaciones con los principales propietarios de la IA. "Los acuerdos podrían implicar el pago a los medios de comunicación de una tarifa de suscripción por sus contenidos con el fin de desarrollar la tecnología en la que se basan chatbots como ChatGPT de OpenAI y Bard de Google", señala el periódico. 

Los magnates de los medios de comunicación han sabido aprovechar la oportunidad, pero su iniciativa plantea graves problemas. Por ejemplo, pocos de ellos poseen los derechos de autor de todo el contenido que publican. ¿Qué medidas habrá para compensar a los numerosos fotógrafos y escritores que ceden la licencia de sus obras para que sólo las utilice la plataforma en la que se publican inicialmente? Este grupo, por cierto, es especialmente numeroso en Europa, donde muchos creadores asalariados conservan los derechos sobre su obra.

Ahora bien, las repercusiones de estas conversaciones van mucho más allá de la industria de los medios de comunicación. El acuerdo alcanzado por los grandes grupos editoriales -el primero de este tipo con los gigantes de la IA- podría ser la única concesión económica que se obtenga de estos mastodontes emergentes. Como mínimo, establecerá la pauta para todo lo que venga después. 

Algunos podrían pensar que el historial del magnate australiano de los medios de comunicación sugiere que alguien antepondrá las preocupaciones de la humanidad a sus propios intereses comerciales y políticos. En mi calidad de representante de más de 600.000 periodistas en todo el mundo, creo que es necesario un enfoque más democrático y pluralista. 

Por supuesto, cabe preguntarse qué ha llevado a los gigantes de la IA a esta mesa de negociaciones en particular. Aquí radica otra preocupación sobre estas conversaciones privadas. Los propietarios de las principales plataformas de noticias del mundo podrían acoger con satisfacción una nueva e importante fuente de ingresos. Sin embargo, una vez que se haya establecido el flujo de dinero de la IA hacia los grupos editoriales, ¿qué espacio habrá para que los numerosísimoscreativos se quejen de que sus ingresos han desaparecido? 

Cualquiera que sea el acuerdo que se alcance, no puede dejarse sólo en manos de las empresas de medios de comunicación. Debe haber representantes de periodistas, y de todos los demás creadores, en la mesa y en igualdad de condiciones. Todo el proceso debe formar parte de un debate internacional y democrático sobre cómo puede beneficiarse la humanidad de la IA y cómo podemos regular su funcionamiento. 

En el ámbito de los pequeños creadores individuales, ya existen modelos, conocidos como sociedades de gestión colectiva, en los que los particulares se benefician de fondos recaudados colectivamente sobre todo cuando se fotocopian sus obras. Sería fácil reproducir o desarrollar modelos similares para la IA. 

Tal es el potencial de la IA, que un acuerdo de estas características, negociado en beneficio de todas las partes, podría inaugurar el comienzo de una nueva era de creatividad. Las plataformas de noticias se verían reforzadas económicamente y los creadores individuales de todos los ámbitos podrían disfrutar de una renta básica para financiar sus esfuerzos. El número de creadores de todo tipo podría multiplicarse e iniciar una nueva edad de oro de la expresión humana.

No obstante, si dejamos estas decisiones fundamentales en manos de un puñado autoseleccionado de jefes de empresa, que deliberan en secreto, dudo que se decidan por una fórmula para lograrlo. 

 

Tim Dawson es el secretario general adjunto de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), que representa a 600.000 periodistas en 150 países de todo el mundo.